top of page

Capilla de la Ascensión

Por: Javier Del Ángel



Lc 24,46-53



En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas. «Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.» Después los sacó (condujo) hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.

¿Dónde ascendió Jesús a los cielos? ¿En Jerusalén, en Betania o en Galilea? Depende a quien le hagamos caso. De los cuatro evangelistas canónicos, sólo dos nos narran la Ascensión de Jesús, y otra narración la encontramos en los Hechos de los Apóstoles, atribuido a Lucas.

Pero los relatos son contradictorios por cuanto respecta al lugar y la forma. En Lucas, Jesus asciende en Betania (Lc 24,50-51), en Hechos, asciende en Jerusalén (Hch 1,3-12), y Marcos refiere que en Galilea (Mc 16,7.14.19 ) luego de estar a la mesa con sus discípulos, en un sitio, al parecer un monte, no identificado, ¡pero resulta que Galilea tiene muchos montes como para saber exactamente en cual fue! 



De modo que si los evangelios fueran historia en sentido estricto y moderno, entonces no podrían ser dignos de crédito ya que no es posible conciliar de forma alguna los relatos así como están. Pasajes como éste de la Ascensión, demuestran que los evangelios no son documentos históricos en el sentido en que ahora entendemos la historia, sino escritos teológicos.

En efecto, hoy sabemos que los evangelios no son historia sino teología; es decir, aunque los evangelios contienen elementos históricos, no les interesa la verdad histórica sino la verdad de fe. Los evangelios han sido escritos para creer en Jesús y su mensaje (Jn 20,31) de modo que al conocer su ejemplo de vida, las generaciones venideras se animaran a ponerlo en práctica. 

Hemos dicho en muchas ocasiones que al estudiar y reflexionar los evangelios hemos de distinguir entre el mensaje (lo que los evangelistas quisieron decirnos) y la forma de ese mensaje (cómo quedó escrito). Una cosa es el mensaje profundo de los evangelios y otra el revestimiento literario con que los evangelistas lo han cubierto de acuerdo a las costumbres, ideología y símbolos de la época.

Los evangelios fueron escritos con una finalidad: creer en Jesús y en su mensaje para ponerlo en práctica; pero ese mensaje se escribió con las categorías de pensamiento, la mentalidad, las imágenes, los símbolos, el lenguaje y los estilos literarios de aquella época, no de la nuestra, por lo que tenemos que conocer todo esto para poder saber con mayor certeza lo que quisieron transmitirnos los evangelistas. (Ver: Const. Dei Verbum 11-12)

Para comprender la fiesta litúrgica de la Ascensión debemos entender la cultura de aquella época, especialmente lo que se llama la cosmología, es decir, cómo entendía la gente de aquél entonces la relación entre el cielo y la tierra y los seres que las habitaban. 

En la Palestina de aquel tiempo, se creía que Dios estaba lejano de los hombres, en el cielo, los seres humanos estaban en la tierra, y debajo de la tierra estaba el sheol o lugar de los muertos.

Se creía que hacia arriba de los seres humanos había siete cielos. Después del tercer cielo estaba el Paraíso, y Dios estaba después del séptimo cielo. Entre cielo y cielo había quinientos años de distancia. De modo que Dios estaba a más de tres mil quinientos años de distancia de los humanos.

Por lo tanto, todo lo que provenía de Dios se decía que bajaba o descendía de lo alto, bajaba o descendía del cielo; mientras que todo lo que iba hacia Dios, se decía que subía o ascendía hacia el cielo.

Esto es importante para entender el relato de la Ascensión de Jesús. El significado de la narración no quiere decirnos que Jesús levita o vuela por los aires, como Superman, (como desafortunadamente aún se enseña en muchas partes por la atracción que despiertan esas manifestaciones extraordinarias) ni tampoco significa que se separa de los hombres, sino que nos está hablando, con el lenguaje de la época, de una experiencia interior: 
con la Ascensión, Jesús no se aleja del mundo sino que se acerca; no se ausenta, no se va, sino que adquiere una presencia real más íntima e intensa entre nosotros.


Ha sido Lucas quien nos ha dejado dos versiones de la Ascensión de Jesús, la de su evangelio (Lc 24,50-51) y la del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 9-11). La primera es muy simple, la segunda es mucho más elaborada.

En ambas, el evangelista emplea el lenguaje cultural de su época, según el cual Dios estaba en lo alto, por lo que todo lo que va hacia Dios, se dice que va hacia el cielo. “Lo alto, las alturas, el cielo”, son palabras con las que la gente de aquella época, especialmente los judíos, se referían a Dios mismo para evitar llamarlo por su nombre ya que se creía que pronunciar el nombre de una persona implicaba tener dominio o control sobre ella.

La capillita de la Ascensión se encuentra en el área conocida como Monte de los Olivos (hebreo: har ha-zêtim) porque las pendientes del monte estaban cubiertas de árboles de olivos. Los árabes llaman a la localidad et-Tur, nombre genérico que se le aplica tanto a los montes Sinaí, Garizim y Tabor, derivado del arameo tur, que significa “monte”.


El Monte de los Olivos está separado de la ciudad de Jerusalén por el valle del Cedrón. El monte corre paralelo justo frente a la colina del Templo y del Ofel, lo cual crea un efecto visual impresionante de la ciudad que seguramente Jesús y sus contemporáneos pudieron apreciar. Llegar a Jerusalén por el Monte de los Olivos y ver el majestuoso Templo de Jerusalén, el segundo templo, construido por Herodes el Grande, debió haber sido una experiencia emotiva muy intensa.


Sabemos de la capilla de la Ascensción por tradiciones literarias cristianas muy antiguas, que no siempre pueden ser del todo histórica o arqueológicamente precisas, pero que nos dan ciertas referencias de apoyo. Por ejemplo Santa Melania una joven romana que asegura haber sido curada milagrosamente, decidió venir a Jerusalén con su marido a principios del siglo V para vivir una vida en el ideal evangélico de la pobreza. Según se sabe, fundó una capilla llamada Martyrium (en el año 438) junto a “la iglesita de la Ascensión”.


Arculfo, un obispo de la región de las Galias, quien estuvo en Tierra Santa por seis meses, en el año 670, escribe también de la existencia de esta capillita y la describe como un edificio redondo con el techo descubierto, “como para indicar a todos el camino al cielo”. Al centro había una torreta de la altura de un hombre en la cual, según una piadosa pero falsa tradición, contenía el polvo pisado por Jesús antes de elevarse al cielo, y junto a ella un altar, también a cielo abierto y protegido por un ciborio.


Tanto la capilla de la Ascensión como otros edificios religiosos (el Imbomon, el Apostolion, la capilla Martyrium) ubicados en esta área, el Monte de los Olivos, fueron destruidos en el año 614 por las hordas persas del rey Cosroes II, al mando del general Sharvaraz.


Años más tarde estas construcciones fueron reedificadas por algunos cristianos pero luego destruidas nuevamente por los musulmanes ante el avance de los cruzados. Cuando los cruzados tomaron la ciudad de Jerusalén (antes de la derrota definitiva inflingida por Saladino) reconstruyeron el sitio de la Ascensión edificando un gran octágono en cuyo centro estaba la capilla que ahora podemos aún ver.


Sin embargo, todo ese complejo arquitectónico desapareció cuando los musulmanes regresaron al mando de Saladino. Hoy permanecen sólo el enorme basamento octagonal edificado por los cruzados, algo de los muros (aunque reconstruidos en gran parte) y la capillita central que fue cubierta por una cúpula y transformada en mezquita.


Entonces, el recinto en ruinas que ahora podemos ver en ese lugar, son los restos de una construcción de época Cruzada y, como dijimos, tiene la forma de un octágono. El número ocho simboliza la plenitud de la unión de lo humano y lo divino, el acceso a la perfecta comunión entre lo terreno y lo celestial. 


La capillita adentro del recinto está adornada con arcos sostenidos por columnas con capiteles simples. Sabemos hoy que la cúpula de esta capillita estaba abierta hacia el cielo (sin techo) por el evidente motivo simbólico de la Ascensión: Jesús asciende hacia el cielo. Así se lograba el efecto psicológico de imaginarse mejor este pasaje de la vida de Jesús. 
En el 1200 la capillita fue cubierta con una cúpula y así ha permanecido hasta el día de hoy.

Al interior de la misma, debido a una tradición tanto cristiana como musulmana, se venera una piedra pegada al pavimento sobre la cual la se aprecia levemente un relieve que pareciera la huella de un pie. La imaginación piadosa de la gente, la hace decir que es del pie izquierdo de Jesús, que dejó su huella cuando subió al cielo. Por supuesto que esto no es cierto de ninguna manera ya que dicha huella es el resultado natural del desgaste producido por los millones de pisadas que los peregrinos han dejado a lo largo de dos mil años.



En 1959 los franciscanos hicieron excavaciones arqueológicas en este lugar y encontraron restos del edificio redondo de época bizantina y del monasterio que aquí existió, con restos de mosaicos de aquella época.


Durante la fiesta de la Ascensión, tanto en la capillita como en el recinto mayor que la rodea, se adentran los cristianos de las diferentes confesiones (católicos, ortodoxos, etc.) para celebrar sus ritos, el oficio divino y la Misa, cada uno por separado, por supuesto.


Sobre el lugar donde según la tradición del libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús fue visto por última vez, es muy apropiado recordar las últimas palabras del Maestro, como las registra el evangelista Mateo: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt28,20)

Como dijimos antes: Jesús no se va, no parte lejos del ser humano, al contrario, nos asegura su presencia, más profunda, íntima, constante, para que podamos tener la confianza de predicar, sobre todo con las obras, su buena noticia en todas partes.

 

La Ascensión: ¿ficción, realidad  o teología?

Datos históricos y arqueológicos

Da click en las imágenes para verlas en grande

Antífona gregoriana de la Ascensión : "Viri Galilei", texto basado en Hch 1,11)

bottom of page